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Soy mujer, madre, mediadora, abogada, fotógrafa o restauradora... Soy proyecto y anhelos. Soy proceso, tránsito y expectativa. Y, en tren de explicarme y encontrar la relación entre la mediación, la fotografía y el derecho, comparto una reflexión que tiene que ver con mi recorrido y que alguna vez asaltó mi pensamiento. Comencé estudiando derecho, adentrándome en el mundo del "deber ser" (tal como es presentado). En ese universo, me distraje con la filosofía... es mucho más seductor invertir esfuerzos en develar los misterios del "ser" y atorarse en ellos. La fotografía me llegó más tarde, cuando comprendí ¿? que sólo hay lo que hubo, el esto "ha sido" de Barthes, y sobre eso nuestra capacidad de resignificarlo para incidir, de alguna manera, en "lo que será". Y fluyo permanentemente entre los distintos tiempos y perspectivas que me ofrecen todas esas disciplinas a la vez. La mediación es una síntesis de todas ellas en mí. Es un espacio en el cual invito a explorarlas todas, poniendo a disposición de mis compañeros de viaje circunstanciales lo que ellas me aportaron a mi... y allí voy también. Pero todo, absolutamente todo ello, tiene un único objetivo común: EL ENCUENTRO.

viernes, 8 de mayo de 2009

No creo en morir

Una vez más el mismo tren. Pero esta vez, cual sardinas enlatadas cada cual disimula su incomodidad tras la zanahoria de llegar a alguna parte en la que descansa el día.
Mientras nos vemos sin mirarnos, sentada del lado de la ventanilla una mujer muy mayor, con hábitos de monja, entra en un sueño lenta y suavemente hasta quedarse dormida. Dos estaciones después comienza a dejar caer su cuerpo sobre la joven que, azarosamente, había resultado su compañera de asiento.
Cuando el contacto entre ellas superó el que se tolera entre extraños, la joven intentó despertarla o, al menos, hacerla volver a su eje. La mujer no respondía. Con los ojos ya entreabiertos seguía encima de ella, sin ninguna tonicidad muscular aparente. La joven empezó a inquietarse e, inmediatamente, intentó encontrar el pulso de la mujer. Ya pálidas ambas, algunos que observábamos la escena también nos inquietamos. Alguien preguntó si había un médico en el vagón. No había.
Una vez detenidos en la estación y alertado todo el tren de lo que sucedía, ingresó un guarda. En simultáneo la mujer despertaba, aunque se notaba que algo no estaba del todo bien en ella.
Al guarda le siguieron dos efectivos de la policía que invitaron amablemente a la mujer a descender del vagón y dejarse atender por una ambulancia a la que llamarían. La mujer, sin conciencia de lo que le había sucedido hasta el momento, se negaba y repetía “
estoy bien”. Diez minutos después, ante el pedido de varias personas que la circundaban y promovían su descenso bajo el pretexto de que sería tranquilizador para ella que la revisen, la mujer contestó “de acuerdo… si ustedes se quedan más tranquilos me bajo”.
El tren siguió su marcha y un lazo quedaba tendido entre los pasajeros… la experiencia que cada uno significará según sus posibilidades y deseos. En general, hasta donde pude escuchar, la mayoría creyó que la mujer moriría en el trayecto. No sé si alentaban su egreso del vagón para no verla morir o porque realmente les interesaba que fuera atendida. Uno expresó que “
si el tren no arrancaba habría más personas descompuestas por el encierro”. Los menos, permanecieron indiferentes. Yo estoy casi convencida de que la mujer estaba rezando y que habría entrado en un transe profundo del cual ni siquiera tomó conciencia. No obstante ello, no quisiera estar en los zapatos de su compañera de asiento.

1 comentario:

Diego Ezequiel Bianchi dijo...

Interesante relato Cynthia. Tanto, que provocó que brotaran en mí algunas ideas y reflexiones que quería compartir.
Todos los que en algún momento de nuestras vidas viajamos rutinariamente en tren, vivimos las mismas sensaciones.
Decenas de personas apretujadas, que invaden constantemente nuestro espacio vital. Ese ámbito físico de seguridad, que empieza donde termina nuestra piel y que abarca aproximadamente unos 30 centímetros de diámetro, tomando como eje central a nuestro cuerpo.
Después de tanto viajar, no nos queda otra que ir acostumbrándose a ese indeseado contacto, anestesiando paulatinamente el enorme desagrado que nos produce.
¿Pero qué pasa cuando nos sentimos invadidos en nuestro espacio vital incorpóreo; aquel ámbito de seguridad más ligado a nuestros sentimientos?
La cosa se complica un poco...
Normalmente, tendemos a mostrarnos como personas humanas y solidarias. En contraposición, endilgamos toda la maldad y la insensibilidad como atributos exclusivos de nuestros gobernantes de turno. “Ellos sí que no hacen nada por la gente común”.
Pero a veces el destino nos pone a prueba y cuestiona seriamente la falsa imagen que tenemos de nosotros mismos.
Una monjita moribunda, desvanecida sobre el hombro de una asustada joven, es suficiente para dejar al descubierto nuestra verdadera naturaleza. Somos mucho más egoístas, insensibles y aislados de lo que a nosotros nos gustaría admitir….
Ante tal situación, intentaremos esconder nuestras miserias de todas las formas posibles:
Primero, buscaremos desesperadamente a un médico, para que tome a su exclusivo cargo, de forma diligente y profesional,la penosa tarea sanar a la viejita.
La oportuna intervención del facultativo, nos liberará del compromiso de involucrarnos y ayudar, limitándonos a ser testigos de una situación, que luego contaremos como colorida anécdota a algún conocido.
Pero… ¿Y si no hay un médico? ¿Cómo puede ser que entre tantas personas transportadas no exista un maldito médico?
Para colmo la monja, parece reaccionar y dice sentirse bien!!!
La cosa va de mal en peor… Lo más probable es que la viejita sólo necesite que alguien se le acerque, se interese por ella, le pregunte cosas tan simples como ¿a dónde vive? ¿desea ser acompañada hasta su casa?.
Eso es peligroso, porque existe la posibilidad que esa extraña acceda a nuestra demanda y allí el contacto con ella sería inevitable!!.
El miedo se transforma en pánico … Los más negadores, intentan convencer a la monja de que “en realidad se siente muy mal” y tratan de disponer todo para que el “paquete” sea retirado y llevado al centro de atención más cercano.
Por arte de magia, la supuesta víctima pasa a ser victimario …
Alguno ya estará pensando: Pero que monja hdp!! Sigue emperrada en no ser atendida. Se ve que la falta de sexo le ha arruinado todas las neuronas!!.
Después de diez minutos, los más temerarios, pasan directamente al ataque.
Si el tren no arranca, y la monja no es retirada, todos los pasajeros podrían terminar cayendo en su mismo estado.
A esta altura la pobre viejita pasó a ser una especie de vector contagioso de la extraña enfermedad que padece.
Los cobardes, optan por hacerse los distraídos, haciendo como que el incidente nunca ocurrió.
Finalmente la anciana se rinde, y decide hacer caso a la muchedumbre que reclama su inmediato exilio, para dejar a todos más tranquilos.
Todo volvió a la calma. La monjita ya es historia y “gracias a Dios”, el cuento tiene un final feliz.
Al terminar tu relato, te preguntás cual era la verdadera intención de la gente …
¿Alentarían su egreso del vagón para no verla morir o realmente les interesaba que fuera atendida?. Creo que ni una cosa, ni la otra.
La verdadera respuesta está en el último párrafo. En definitiva, muchas caretas que esconden un mismo sentimiento.

NADIE QUERIA ESTAR EN EL CUERPO DE LA JOVEN QUE SOSTENIA A LA MONJA CON SU HOMBRO

En los últimos años, el hombre ha avanzado espectacularmente en el plano mental, lo que le permitió dar enormes pasos en la evolución tecnológica.
La irrupción de Internet revolucionó las comunicaciones y el acceso instantáneo a casi todo el saber de la humanidad.
La integración de los países en bloques regionales es un hecho. Se derriban fronteras físicas y económicas todos los días. El mundo está globalizado y todos los acontecimientos locales, para bien o para mal, repercuten automáticamente en todo el mundo.
¿Pero cuánto hemos avanzado en el plano de los sentimientos personales?. Prácticamente nada.
La falta de contacto personal es alarmante.
El hombre todavía sigue muy atado a las formas, sin darse cuenta que el verdadero amor es pura energía que fluye.
Seguimos encerrados en nuestras burbujas. Tanto como aquél hombre de Cromagnón que se refugiaba en el interior su propia tribu, ya que todo lo exterior a los muros de su aldea le resultaba ajeno y amenazante.
No me caben dudas que superar este obstáculo, es el verdadero desafío de la humanidad.
Aprender a tomar verdadero contacto con el prójimo. Aunque éste sea un extraño y ese momento sea único e irrepetible.
¿Acaso la felicidad que podemos experimentar en nuestra vida, lejos de ser un estado permanente, no es una sumatoria de estos efímeros momentos?