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Soy mujer, madre, mediadora, abogada, fotógrafa o restauradora... Soy proyecto y anhelos. Soy proceso, tránsito y expectativa. Y, en tren de explicarme y encontrar la relación entre la mediación, la fotografía y el derecho, comparto una reflexión que tiene que ver con mi recorrido y que alguna vez asaltó mi pensamiento. Comencé estudiando derecho, adentrándome en el mundo del "deber ser" (tal como es presentado). En ese universo, me distraje con la filosofía... es mucho más seductor invertir esfuerzos en develar los misterios del "ser" y atorarse en ellos. La fotografía me llegó más tarde, cuando comprendí ¿? que sólo hay lo que hubo, el esto "ha sido" de Barthes, y sobre eso nuestra capacidad de resignificarlo para incidir, de alguna manera, en "lo que será". Y fluyo permanentemente entre los distintos tiempos y perspectivas que me ofrecen todas esas disciplinas a la vez. La mediación es una síntesis de todas ellas en mí. Es un espacio en el cual invito a explorarlas todas, poniendo a disposición de mis compañeros de viaje circunstanciales lo que ellas me aportaron a mi... y allí voy también. Pero todo, absolutamente todo ello, tiene un único objetivo común: EL ENCUENTRO.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Calesita

Cada tarde, desde el momento que supo sostenerse erguido como para sentarse sin ayuda, espera ese encuentro cargado de futuro.
El parque, con su relativa inmensidad, es lugar donde el horizonte se hace visible y apetecible, invitando a caminar. Y en él, desde siempre y para siempre, “la calesita”.
Emulo perfecto de la trayectoria humana que se representa en la mente curiosa de los adultos, nos recuerda que la vida es un continuo, que todo lo que fue, será… que lo que se aleja se acerca, que lo que sube, baja… que todo regresa inevitablemente, de alguna u otra manera.
Pero para ellos, con insipiente y absoluta avidez, es su primera experiencia de viaje en compañía de si mismos.
La primera vuelta en la cual se pierden del otro lado del eje por tan solo un segundo, es el comienzo de su emancipación. Y de cómo la vivamos nosotros, los otros, depende el grado de disfrute y la calidad de la representación simbólica que tendrá, necesariamente, para ellos.
El saludo que en cada vuelta nuestro niño promueve e invita es vital para infundirle seguridad y reforzar su autonomía, concebida con la idea que implica diferenciarse del otro, lo cual hace imprescindible su presencia.
Un ser autónomo, paradójicamente, es aquel que cuenta con alguien… que tiene con quien.
Está en nosotros que el niño logre recordar a través de los años la alegría que produce el andar por el andar mismo, aunque sea en círculo y sin arribo cierto.